En este post, poco os tengo que decir, se trata de la experiencia viajera de una amiga y bloguera buenísima de moda cotidiana que se ha ofrecido a contármela y por supuesto a compartirla con todos ustedes. Asi que encima que es una ciudad que yo personalmente no conozco aun, y me encantaría, leer el post me a llevado a ese lejano sitio, Estambul. Espero que os guste y por supuesto que paséis a visitar su blog, todo un descubrimiento por la pasión que esta poniendo en él día a día.
Para una amante del mundo islámico como yo, descubrir que Estambul sería mi próximo destino fue ‘la bomba’. Estambul, antigua Nueva Roma, conocida popularmente como Constantinopla, fue la capital del Imperio Bizantino tras la división del Imperio Romano en Oriente y Occidente. Este imperio conocerá grandes figuras como Justiniano, que logró la grandeza del mismo, y terminará siendo derrotado en el siglo XV por los turcos.
Actualmente forma parte de la zona europea de Turquía y aunque muchos consideren que es la capital, nada más lejos de la realidad ya que la capital turca es Ankara.
Bueno, dejémonos de formalidades, aquí va mi experiencia:
Pese a la grandeza que tuvo en su día Constantinopla, en la actualidad Estambul es una ciudad bastante pobre. La sensación que me dio tras bajar del autobús y antes de entrar en el hotel fue de pobreza total, edificios viejos, locales pequeños, una visión que cuando salimos a patear las calles se iba acrecentando. Otro aspecto nada positivo es su forma de conducir: no respetan las señales (y entre “señales” incluyo los pasos de peatones… Cruzar una calle transitada llegó a convertirse en una odisea) Sin embargo, giramos la última esquina y todo sentimiento negativo se esfumó de mi mente al ver la gran mezquita Azul. IMPRESIONANTE, es una palabra que se queda corta.
Además a lo largo de nuestro paseo desde el hotel (que a pesar de ser céntrico, nos llevó nuestro tiempo llegar) había anochecido y la mezquita se encontraba iluminada. Un regalo para la vista.
Aquella noche no tuvimos ocasión de ver nada más, decidimos cenar en un pequeño restaurante ubicado en la Plaza Sultanhamet (un momento que siempre recordaré, ya que dada la hora, el restaurante estaba desierto y entablamos conversación con el dueño, el cual, al enterarse de nuestra procedencia, nos sacó una guitarra y con ella entre mis manos, dimos nuestro concierto particular)
Al día siguiente, acabábamos de llegar al restaurante del hotel para desayunar cuando un cántico me puso el bello de punta (en el buen sentido). Era el cántico a la oración y toda la ciudad quedaba bañada por él. Si bien es cierto, que contra mi idea, el bullicio de la ciudad, la locura al volante, continuaba su ritmo y eran unos pocos los que acudían a la mezquita a realizar sus rezos. Otros, lo realizaban en sus propios establecimientos e incluso en la calle. Aquella mañana visitamos la cisterna basílica. En esta ocasión no sabía de qué se trataba y sin duda fue una maravilla. Nuestra próxima parada fue el zoco… Directamente sucumbí. Quedé enamorada de los puestos, sus gentes, el bullicio, y hasta quedé enganchada al regateo. Tapices, joyas, ojos turcos, teteras, mobiliario… no sabía por dónde empezar a comprar (ni por dónde terminar). Un punto en nuestro favor, es que ¡hablan español! (lo justo para realizar las compras, pero más que suficiente)… y cuando digo ‘español’ digo: español, francés, ingles, alemán… Y todo lo aprenden en el propio mercado hablando con los turistas!
Después de comer (y cargados de bolsas con todo lo adquirido en el zoco) nos dirigimos (por fin) a realizar la visita que más tiempo llevaba esperando: visitar el interior de la mezquita Azul. Tras el ‘ritual’ de entrada (descalzarnos y las mujeres cubrirnos la cabeza) entramos. Y aquello fue el una vorágine de sensaciones: magia, respeto, asombro, estaba totalmente enamorada de aquello y de repente, una celosía de madera de hizo volver a la realidad: todo aquel espacio lo disfrutaban los hombres, era su espacio de rezo, las mujeres, ocultas tras una celosía, rezaban en silencio y sin poder levantar la mirada. Esa es otra dura realidad de esta ciudad (entre miles).
La visita me dejó impactada en muchos sentidos, sin duda es una experiencia y unas sensaciones que me encantaría volver a experimentar. Pero, no habían terminado las sensaciones por ese día. Al llegar la noche y de camino de vuelta al hotel, decidimos entrar en un “fumadero”, totalmente prohibido para las mujeres si no van acompañadas de un hombre. Por suerte, nosotras llevábamos dos ;) Cachimba y té en mesa fue sentirnos totalmente dentro de su cultura, les oíamos hablar, reir,… Tocó el momento de ir al baño, creí que me daría un poco de reparo, pero al pasar por delante del baño de hombres (que en ese momento tenía la puerta abierta), vi la limpieza que había y sentí cierto alivio, ¿Cuál fue mi sorpresa cuando abro la puerta del ‘baño’ de mujeres y me encuentro con un agujero en el suelo? Si, un agujero en el suelo… Creo que podéis intuir que volví instantáneamente al sofá y decidí dejar de beber té.
Nuestro tercer día no dejó nada que envidiar al primero. Visitamos el palacio de Topkapi y Santa Sofía por la mañana. Debo decir que si Santa Sofía me decepcionó por fuera, no fue igual por dentro: otra maravilla. No era tan majestuosa como la mezquita de Suleymaniye, pero había magia en ella. Aún podían apreciarse las pinturas en sus muros, Justiniano al frente y a su lado una gran moneda con ‘Alá’ escrito en ella. La convivencia pacífica de ambas religiones dentro de aquel espacio, fue magnífico.
A la salida de Santa Sofía, en la gran plaza pudimos contratar nuestro ‘crucero’ por el Bósforo. Había muchas personas ofreciendo y ofertando y al final nos decantamos por el que
aparentemente, nos daba más confianza. Y ¡acertamos!. El viaje por el Bósforo al atardecer fue otro regalo para nuestros sentidos y al final del trayecto de ida nos esperaba ¡ASIA! Fue para los seis que formábamos el grupo, nuestro primer pasito en otro continente y aunque esta estancia no duró más de una hora, pudimos disfrutar de un buen kebab turco en suelo asiático. Aquella noche, fuimos a cenar a lo que yo llamaría ‘la zona europeizada’ la Plaza Taksim.
Como en todos los viajes, el último día es el día de “lo que me ha faltado por ver”. Visitamos la mezquita de Suleymaniye y la torre gálata (lo cual para mí, no mereció tanto la pena) entre otras visitas. Finalmente… el mercado de las especias. Cuando pienso en él, aún recuerdo su mezcla de olores, cada uno te transportaba a un sentimiento, fue algo realmente especial. Y después de tanto probar los productos que nos ofrecían, salimos cenados… jaja.
No me enrollo más… ¿Por qué Estambul? Su gente, sus mercados, la magia en el interior de sus mezquitas, el té, las especias.. Estambul es una ciudad que hay que incluir en nuestra lista de viajes;)
Muchos XXX.